Julio César Crivelli
EL AUTOR
Abogado recibido con diploma de honor en la Universidad del Salvador, especialista en temas de Infraestructura y Obra Pública.
Con independencia de esta actividad, mantuvo desde su época universitaria intereses en la mitología y en la historia. Cursó estudios de Mitología e Historia del pensamiento en New York University.
Colaboró con Enrique Pichón Riviere en el desarrollo de Seminarios sobre pensamiento de Hegel y con Roberto Yañez Cortes en trabajos de epistemología.
Actualmente es Consejero Consultivo de COAS y miembro del Comité Ejecutivo de la Fundación Atlas 1853.
Es coleccionista de arte e integra la Comisión Directiva de la Asociación Amigos del Museo de Bellas Artes.
Ha publicado numerosos artículos sobre su especialización profesional pero también sobre nuestra cultura en diversos medios, tales como: “El psicoanálisis y el espíritu de occidente”; “Moby Dick: El enigma del sexto día”; “Rescate (a 100 años del mingitorio de Duchamp)”; “Retratos en el Exilio”; “Sakai: Un viaje”.
En noviembre de 2008, presentó en la Biblioteca Nacional “La Huida” su primer libro de poemas.
El psicoanálisis y el espíritu de occidente.
Moby Dick: El enigma del sexto día.
Rescate (a 100 años del mingitorio de Duchamp).
Retratos en el Exilio.
  Sakai: Un viaje.
  Lord Byron
Desierto - Laberinto - Encierro - Exilio
" La Huída"
Libro de poemas / Ediciones del Dock.
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Julio César Crivelli
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Sociedad Argentina de Escritores
El enigma del sexto día:
Pagina de Arte al Día.
"Moby Dick: El enigma del sexto día"
Moby Dick fue escrita por Herman Melville a mediados del siglo XIX. Al principio la obra no parece más que una novela de balleneros. Más adelante, uno cree enfrentarse a un debate ético relacionado con el odio del Capitán Ahab que busca vengarse de la ballena asesina. Después uno advierte que ha entrado en un mundo asombroso, en el que está en duda si alguna vez hemos salido del caos, si el cosmos existe como posibilidad o es una mera ilusión de supervivencia.

De acuerdo al Génesis, durante los cinco primeros días, Yahvé, Dios separó y ordenó todo, transformando el caos en cosmos. Satisfecho de su obra, en el sexto día creó al hombre, y le entregó el dominio de la naturaleza: "henchid la tierra y sometedla (...)".

Desde aquel inicio mítico y remoto, intentamos salir del caos, disipar el terror primordial. Así, hemos desarrollado distintos conjuros, que procuran detener el movimiento irrefrenable de la naturaleza caótica y reducirla a las categorías de nuestra conciencia.

Las ciencias, en esa búsqueda ordenadora del caos, intentan convertir los meros hechos en causas y efectos. Las matemáticas indagan sobre el espacio y el tiempo, tratando de ordenar el flujo de nuestra conciencia y de legislar sobre la extensión y el movimiento. La historia investiga las motivaciones y las motivaciones de las motivaciones y así, ad infinitum.

Pero sabemos que todo el conocimiento se apoya en postulados indemostrables.

Que más allá de las leyes y los números, que son "verdad entre nosotros", está lo inesperado, lo efímero de la vida, lo imprevisible, el otro lado del ocaso.

Sabemos que la apariencia de cosmos y de orden que nos brindan nuestros conjuros científicos es siempre provisional, que toda teoría es una ilusión a la que aguarda una desilusión, y que la eternidad no dura más que una vida (la de cada uno). Y que permanece intacto, como en el primer día, el horror a lo que suceda después del último aliento.

Pocas personas, casi ninguna, afrontan esta realidad. En general, todos preferimos eludirla, aceptando el velo ilusorio de la cultura.

Moby Dick, representa la furia indómita de la naturaleza, que destruye todo orden posible.

La obra de Melville y la de Frank Stella, enfrentan estos mundos sin consuelo. Representan un "antiuniverso" en el que triunfa el desorden. Un antiuniverso en el que el azar vence a la causa, el infinito somete al número, la materia hace estragos con las formas. Un antiuniverso en el que campea la imprevisibilidad ética y física. Melville y Stella, comparten una obsesión: develar el caos, mostrarlo en su completo y verdadero horror.

Frank Stella no representa lo que se ve hacia afuera. No representa formas externas, geometrizadas por la conciencia, sometidas a las leyes del tiempo y del espacio, de la causa y el efecto. Su obra es la representación del horror y la destrucción de la naturaleza, desnuda de mito y de conjuro.

Por doquier irrumpen imágenes de buques, de colores, de mares, de hombres, de ballenas. Pero las imágenes están crudas, despojadas de las formas culturales que las apaciguan. Son imágenes que nos pertenecen en el alma, que es un misterio que está mucho antes de la conciencia.

Desde el inicio sabemos cual será el final del Pequod, el buque maldito que persigue a Moby Dick. Sabemos desde la primera gráfica que el Pequod será destruido, porque no es más que un engendro del hombre. No puede tener otro destino que el de yacer derrotado en el fondo del mar. Pero todos jugamos a que el Pequod, igual que nuestra vida, navegará eternamente, impulsado por suaves vientos favorables. En el libro de Melville, solamente el arponero indio se enfrenta diariamente al Destino: sabe que morirá, y por eso duerme todas las noches en un ataúd.

La serie de Stella no cabe en ningún estilo ni movimiento. Como la novela de Melville, como la vida, es infinita y monstruosa. Porque en realidad, lo vivo no puede apresarse en conceptos. Lo que se conceptualiza es lo inmóvil, lo muerto.

Moby Dick se inscribe en nuestras tradiciones occidentales más ocultas. Aquellas que se atreven a representar nuestra perplejidad frente al vértigo de la existencia.

La misma tradición que se pregunta si no estamos bajo el encanto de un Dios que en el sexto día nos impartió una orden desquiciada: someter la naturaleza. Peor aún, si tal como afirman esas mismas tradiciones, lo que llamamos conciencia no es más que parte indivisa del mundo; todo intento de separación o de identidad sería pura soberbia y orgullo. Cíclicamente, Occidente se pregunta si no sigue el rumbo de un Dios extraviado que le impuso un destino erróneo.

Frank Stella renueva el cuestionamiento de Occidente como cultura de la ciencia y del orden. Nos enfrenta con la necesidad de aceptar el caos como rasgo omnipresente del universo. Por eso la serie Moby Dick es un canto a la vida, incontenible, infinita.

Lejos de la ciencia y de la pretensión, la obra de Stella no "trata", no indaga, no forma conceptos: es pura idea. Es una obra de arte, una aparición de lo absoluto. Es un destello del alma.
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